Este libro no es un manual al uso
para no morir o pedir un crédito de siglos a la muerte. Es un hermoso poemario
sobre ese estado de vida asistida que mantiene de alma presente a los que, sin
estar, siguen estando. De otro modo. Tal vez éste es uno de los recados en
esencia de este gran libro del poeta chileno Benjamín León, recientemente
publicado por TurandotEdiciones. No en vano el poema que encabeza la obra y que
lleva su propio título, “Para no morir”, acaba revelándonos que “jamás yace el poema”. Asimismo delibera
su autor hacia una conclusión tajante y esperanzadora, aseverando que “toda salvedad está en los ojos, que el
tiempo pertenece a la memoria, que todo fin conlleva a algún principio”. La
onda expansiva de la memoria tiene un papel importante ante el dolor por los
ausentes y son numerosas las formas de no extinguirse nunca con el retumbar
espantoso de la palabra ayer. Se
trata de un poemario inmerso en la pendiente de las fugacidades y el territorio
donde esconden las sombras sus excedentes. Cada poema de esta obra es un juicio
de clarividencia sobre el tiempo, el vacío, el miedo, las orillas… Y podemos
explicarnos el dolor como crucial velada de la muerte, de las infancias desinfladas
a golpe de reloj o de tristeza. Podemos vislumbrar en Benjamín León a un poeta con
astucia, de lamentación penetrante ante el plomo de la ausencia y el brote de la
muerte que –como él mismo clama- "se
comparte entre los hombres y las bestias". Este libro es un quinqué al que
el dolor se abraza como hace la serenidad del relente sobre los mausoleos. Sin
acritud. Porque después de todo, “lo
único sincero es el dolor”, afirma el autor con claridad, una confesión descarada
y espeluznante que puede asustar al propio pánico. Así es la poesía de Benjamín,
una declaración lúcida tras otra que paralizan al frío y al lector bajo el
mismo porche. No es extraño identificar la propia aflicción con el pesar que reman
las víctimas de idénticas ausencias. Un verso sólo, sólo uno, puede entonces
aconsejar la ruta menos espinosa después de que alguien apague las luces o, si
es preciso, emprender el desafío en contra del olvido con un candil de tinta
entre las manos. Simplemente, para no morir.
Benjamín León |
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