Después de hacer un alto en el camino de las publicaciones durante cierto
tiempo, Rosario Troncoso vuelve a la carga, esta vez con "El eje
imaginario", un libro que tiene mucho de impresiones y vivencias
personales, como ella misma manifestara durante su presentación en la Fundación
Alberti. Difícil alejar la experiencia de una misma y el resultado creativo,
así lo entiende la escritora, y es que parece que sus poemas y bagajes
personales ajustan cuentas en la intimidad de los inventarios y, esta
conciliación en el ritmo, sentencia una literatura elegante de intuiciones donde -dicho sea de paso-
arbitra sosegadamente el equilibrio y las cosas llamadas por su nombre. Es ahí
donde, sin ningún fleco de reparo, Rosario Troncoso engatusa al corazón del
lector, a quemarropa y sin dobleces. No
es extraño para aquéllos que por suerte la conocemos de cerca, toda ella sencillez y, a la
vez, abiertamente entregada al género -no pocas veces magullado- de la poesía.
No es fácil -lo sabemos- en estos tiempos de apatía cultural e indiferencia,
pero a pesar del rebuzno amargo de las decepciones, ahí sigue, robándose su
tiempo por seguir escribiendo y organizar talleres, seminarios o encuentros culturales,
quizás porque en el fondo sabe que, más allá de los desdenes y desaires contra
la literatura, la recompensa es grande. Porque,
verdaderamente, hay poemas que pueden intrigarnos largo tiempo, como lo hace el
misterio onírico de las huellas menos dóciles en los ojos, los mismos ojos que
pactan la prórroga rebelde de una historia -la suya propia a veces- en los
entrepaños de un verso, vagones de aquelarres cotidianos que van volcando
pasajeros en las tardes desidiosas… benditas tardes. Y eso fue lo que venía
pensando mientras me encontraba leyendo El eje imaginario, una obra de
oscuridades en movimiento pero no exenta de luz, donde abundan testificales de un
derrumbe apocalíptico, "porque a veces la tierra / no soporta nuestro
peso" o "serán chatarra todos los metales. / Engullirán billetes las
hogueras" dice la escritora en diferentes poemas. Sobrecogedores parajes
que delata el presente que describe y que no dista en absoluto de la realidad que
cala nuestros huesos hoy día.
Pero tampoco todo va a ser demencia, aún nadie ha descubierto la cura de
la lucidez, esa enfermedad que -asegura la autora- padecen los poetas. Una
dolencia que, bendita sea, es patrimonio de los ojos, y de la que esperamos no
se cure jamás Rosario Troncoso.
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